Susurro de Rosa

No hay mejor momento que la noche para perderme en mí misma.

Las luces apagadas, la ciudad callada, y yo… desnuda, con el cuerpo tibio bajo las sábanas, sintiendo esa mezcla de ansiedad y deseo que me hormiguea entre las piernas. Había tenido un día largo, de esos que te roban el aire, pero ahora estaba sola. Sin responsabilidades. Sin prisas. Solo yo… y MARIA.

Deslicé la mano hacia el cajón, ya sabía lo que buscaba. La saqué con cuidado, como si entre mis dedos sostuviera un secreto delicioso. MARIA no era solo un juguete. Era mi escape, mi aliada, la que conocía cada rincón de mi cuerpo mejor que nadie. Su diseño en forma de rosa me sacaba una sonrisa cada vez. Tan delicada, tan hermosa… pero tan peligrosa. Porque una vez que comenzaba, no había vuelta atrás.

Me recosté en la cama, completamente desnuda, con los pezones endurecidos por la anticipación.

Los rocé suavemente, sintiendo cómo respondían al toque, mientras mi otra mano deslizaba a MARIA por mi vientre, bajando poco a poco hasta llegar a mi monte de Venus. Mi piel se estremeció al sentir el contraste de su textura suave contra mi humedad creciente.

Presioné el botón y MARIA cobró vida. La lengua empezó a girar, lenta, húmeda, como si me saboreara desde lejos. Cerré los ojos y me mordí el labio. Mi respiración ya era pesada, y todavía no me tocaba directamente.

Deslicé mis dedos por mi vulva, separando los labios...

Sintiendo lo mojada que estaba, lista. Mi clítoris palpitaba, necesitaba más. Colocarla justo ahí fue como encender una chispa en medio de gasolina. La succión me atrapó al instante, envolviéndome, y la lengua empezó a moverse en círculos, lamiéndome, provocándome. Era como si alguien me adorara con la boca, con ritmo, con hambre. Cerré las piernas alrededor de ella, aprisionándola, deseando fundirme.

Mis caderas se movían solas, buscándola, deseándola más profundo, más fuerte. Subí la intensidad, y la succión se volvió salvaje, intercalando pulsos que me hacían gemir sin control. El calor en mi vientre crecía, un fuego imparable que me recorría las venas. Mis pezones eran dos puntos de placer que pellizqué sin piedad mientras MARIAno dejaba de hacerme suya.

Grité. Sin miedo, sin vergüenza. Sentí cómo mi clítoris explotaba en un orgasmo ardiente, espeso, que me hizo temblar. Mi cuerpo entero se sacudió, un temblor que me robó el aire y me dejó empapada, temblando, viva. Pero MARIA no se detenía. Seguía chupando, lamiendo, como si quisiera devorarme completa.

Otro orgasmo me desgarró, aún más fuerte. No podía escapar, no quería. Me perdí en el placer, en ese torbellino de sensaciones donde no existía nada más que mi cuerpo, mis gemidos, y ese susurro húmedo de rosa que me lamía hasta lo más profundo de mi alma.

Cuando por fin me rendí, exhausta y satisfecha, con las piernas entumecidas y el corazón latiendo desbocado, solté a MARIA con una sonrisa. Me acaricié el cuerpo, agradecida, aún con los temblores de los orgasmos latiendo en mi piel.

Y supe que volvería a buscarla. Porque MARIA no era solo placer… era adicción.

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