SEXO DIMENSIONAL
Me despertó un sueño, o más bien la sensación de uno. Mi corazón latía sin control, su palpitar llegaba a retumbar en mi pene erecto, pocas veces lo había sentido tan duro y excitado. Salí de mi tienda de acampar buscando refrescar mi cuerpo cubierto de sudor, la luz de Luna llena pintó mi desnudez y sombras en el suelo del bosque.
A unos metros de mi solitaria tienda vi a una mujer mirándome fijamente, su piel de marfil resplandecía en las sombras, su pelo blanco le bajaba hasta las caderas cubriendo sus senos. Su sonrisa me hechizó con una profunda seducción, solo podía pensar en el sabor de sus labios y el olor de su sexo. Caminaba lentamente hacia mí, mi pene comenzó a vibrar de excitación, su belleza mítica capturó mi mente como la implosión de una estrella. Despertó en mí una necesidad bestial de cogerla.
Quería tomarla contra el árbol y penetrarla, pero seguía paralizado por su hechizo. Se paró a unos centímetros de mí y agarró mi pene con toda su mano. Lo apretó como se estruja una fruta para saber si está lista para devorarla.
Me jaló con fuerza hacia ella y lo llevó a su boca. Lo lamió por los lados, de la punta hacia abajo, su lengua jugó con mi escroto y finalmente mi ano. Se metió la punta a su boca y comenzó a succionarlo, mientras sus dedos recorrían las venas hinchadas. Al meterlo todo a su boca sentí un placer tan intenso que me removió de toda dimensión conocida, me perdí donde no existe el espacio ni el tiempo, sólo pura energía sexual.
Sin saber cómo había llegado, nos encontrábamos acostados en las gruesas ramas de un gran árbol. La altura, el frío, la luna, nada me podía distraer de la emoción que sentía por estar debajo de ella.
—Quiero darte todo el placer que mi carne pueda ofrecer— le susurré en su oreja.
Quise recorrer su cuerpo con mis manos, besar sus pezones erectos, succionar sus pechos, lamer sus muslos y vulva, pero al intentar moverme sentí unas lianas que me amarraban al árbol.
—Eres mío— Me dijo.
Como una felina, caminó en cuatro patas hacia mi boca y me besó con ferocidad. Lamió mi cara y bajó hacia mi pecho mordiendo mis pezones. El placer era extremo. Comenzó a frotar su vulva con mi pene erecto, lo acomodó entre sus labios mayores completamente lubricados, se movía como la marea de un mar cercano a una tormenta. Mi pene estimulando su clítoris, crecía y crecía como nunca lo había visto, la energía dentro de él suplicaba que lo metiera en esa vagina de agua y fuego.
Me liberó una mano, en su mirada vi la intensidad del núcleo de una estrella. Le agarré su pecho, sus pezones erectos reaccionaban al roce de mis dedos, se acercó a mi boca, mi lengua jugaba con movimientos circulares mientras pellizcaba el otro, lo mordí con ternura e intensidad.
—Ahórcame—. Me dijo mientras lentamente metió mi pene en su vagina.
Yo obedecí y al apretarla noté como yo también sentía la asfixia de una mano en mi cuello. Su sonrisa me reveló que eso era justo lo que ella quería; nuestros movimientos tomaron fuerza al igual que mi agarre. Escuchaba sus gemidos entrecortados, fragmentos de ellos se perdían en la inconsciencia de otra dimensión, donde nuestra energía creaba constelaciones enteras.
Nuestro orgasmo armonizó con el canto de los pájaros y los primeros rayos de sol. La Luna se escondió en el fuego anaranjado del cielo y así ella también se desvaneció, dejándome perdido en el abrazo de su adicción.