AUTOEXPLORACIONES

Entre el empaque arrugado, todas esas letras y dibujos mal cortados del manual de uso y mantenimiento, no se explica el siguiente misterio: la sensibilidad que tengo.

La infinita soledad se ve cortada por una luz que abre el paquete. Lo primero que diviso son unos ojos de curiosidad observándome, unas manos suaves que me agarran aún con dudas haciéndome girar sobre mi eje. Paso de inmediato de mi caja de origen a una oscura gaveta entre ropa. Al menos mi soledad se ve compartida.

La segunda vez que salgo, las mismas manos me abren, introduciendo unas frías pilas que me hacen vibrar. Vibro, no vibro. Me distorsiono. La mujer frente a mí practica un par de veces antes de empezar: veo cómo se quita poco a poco los jeans; la cremallera baja tan lenta que mi espera se transforma en deseo. Esto deja ver unos calzones lilas con un pequeño moño en el elástico. Procede poco a poco a quitárselos.

Se escurren entre sus piernas hasta el piso, y como capas, deja al descubierto un bello color caramelo. A continuación, me agarra con sus manos medio temblorosas y me frota contra unos pliegues de carne entre sus pálidos muslos mientras sigo vibrando. En tranquilos movimientos circulares recorro la zona.

Escucho como sus primeros gemidos llenan el aire. La piel empieza a arrojar un jugo con el que me combino. Posterior me introduce en una ranura cálida, húmeda. Es oscura como mi caja de origen, pero no se siente soledad, se siente amor. Desde dentro escucho gritos ahogados, siento convulsiones, me mueve a su placer, toco con paredes. Me empapo dos, tres y cuatro veces hasta que me retira con un sonido agudo dejándome a un lado. Aun escuchando su respiración agitada, veo que ambos quedamos satisfechos.

Ser creado para satisfacer tiene una dificultad, pero cuando uno se encuentra con alguien creado para sentir placer, se simplifica. Como un dildo, también fui hecho para la espera, siempre a la expectativa de salir, de seguir explorando, pero cuando sucede, es un acontecimiento.

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