LOS ESPEJOS NO SON UN JUEGO

Mientras camino en el centro comercial, entre rostros y voces indistintas, mis ojos se camuflan para observar los cuerpos en movimiento, y no me resisto a imaginarme las formas en que han de contorsionarse cuando en el aislamiento sobrecogedor de su habitación se masturban. Mi cuerpo ha de tomar muchas formas, que en un espacio bien iluminado se podría discernir entre ellas, pero frente a un espejo, sin importar que sea el sol mismo, que alumbra mi piel, al cabo de un largo rato frente a mi reflejo, observando cada centímetro de mí erizarse al tacto, termina distorsionándose a modo que se vuelve irreconocible. Solo me vuelve a ser familiar cuando ya me resbala, semen por el rostro y por el pecho, y escurre hacia los costados de mi abdomen.

Me gusta pensar que alguien podría estar observando, aunque, si fuese así, probablemente entraría en pánico y la fantasía sería inútil.

Esto no lo olvido, y menos ahora que he entrado al probador de una de las tiendas a medirme algunas prendas. Reviso haber cerrado por completo la cortina, y procedo a quitarme la ropa. Los espejos me rodean y conforme mi pantalón deja ver mis muslos, yo no me pierdo de ningún ángulo. Mi bulto, bien definido por las luces en el techo, parece atravesar el espejo desde otra dimensión hacia la cual, el único pasaje es el erotismo propio, eso no lo enseñan en la escuela.

Bajo el bóxer y mi pene rebota por unos segundos hasta quedarse rígido, entonces lentamente alzo mi playera y los músculos de mi abdomen, como almohadillas firmes, quedan marcados en el espejo. Repaso mi cuerpo desde cada ángulo, en cualquier momento comenzaré a deformarme, hasta entonces estaré consciente. Sin embargo, para mi sorpresa, me encuentro ya con algo irreconocible: una chica observa algo insólito en los probadores de la tienda donde trabaja, algo indecente, pero no grita, no corre, no hace un escándalo, solo está ahí parada. Intento recobrar los sentidos y me apuro a vestirme. Torpemente, meto una pierna en el lado equivocado del pantalón, cuando escucho que la cortina se cierra y detrás de mí escucho “detente”.

—Perdona! —me apuro a decir.
—No te lo pongas, o llamaré a seguridad.

Confundido, la miro. Con todo, mi cuerpo obedece. Entonces, se asegura de que las cortinas estén bien cerradas y avanza hacia mí, colocándose a mis espaldas. Siento sus senos presionarse contra mí, y sus manos deslizarse hacia mi pene, que hierve en sangre.

—Me encanta lo hinchada que se ve tu verga en el espejo. —Me la aprieta como si quisiese agrietar el vidrio, y volteo para ver cómo su mano la atenaza.
—No dejes de mirarnos —ordena, apretando con más fuerza, incluso los huevos, y gimo.

Se coloca frente a mí.

—Siente —. Me lleva la mano hacia su vulva, que está deliciosamente húmeda, y lanza un gemido que termina por agrietar los espejos.
—¡Ah!
Toma mi mano y se lleva mis dedos a su boca, como presagio.
Se hinca y comienza a chupar y a gemir, y su saliva escurre; ambos, con la mirada en el espejo.
—Voy a venirme —. La sangre llena mi verga. Sus ojos suplican y me masturba ferozmente.
—¡Dámela!

Me voltea hacia el espejo y lo lleno con abundantes chorros de semen.
Entonces, ella se acerca hacia el espejo, y sin quitar la vista de mi reflejo, comienza a lamer hasta tragárselo todo. Comenzamos a reír y me pongo duro otra vez; sus jugos le escurren por sus muslos. Es en ese mundo, que germina nuestra locura, de la cual, lo sabemos, no podremos escapar.

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