GOTAS DE FUEGO

Toqué la pared húmeda de la regadera con mis manos, cerré los ojos e instintivamente incliné la cabeza hacia atrás. Gotas de fuego pigmentaban mi cuello y pecho de rojo, era tan doloroso que no podía respirar. Mordía mis labios para olvidar las ansias de tenerte a mi lado, entonces inclinaba mi cabeza hacia adelante, y unos brazos ardiendo en deseo eran sustituidos por una lluvia caliente. De ella se desprendía un vapor asfixiante, relajante, una caricia invisible que me hacía estremecer.

Intenté abrir los ojos, pero los sentía pesados, y en una ráfaga de segundo que el aroma a tierra mojada entró por la ventana, abrí los ojos de golpe para que luego temblaran acompañados de un suspiro. De nuevo mordí mis labios. Tal vez así permanecería la esencia conmigo, o tal vez porque me recordaba a su perfume. Aquel frasco rojo que rociaba por todo su cuerpo, que se impregnaba en mi ropa cada vez que me abrazaba para despedirse.

Dejé que el agua quemara mis labios, como castigo por pensar en un hombre que no me eligió a mí. Pero eso sólo me excitó más. Puse mi mano derecha en el cuello e hice presión hasta que no pude soportar el dolor. Entonces me clavé las uñas y arañé mi piel lentamente hasta darme un último jalón antes de retirar la mano. Mi cuello estaba en llamas, sentía como bombeaba la sangre. Eso me recordó a las palpitaciones en mi vulva después de un orgasmo.

Luego acaricié mis pechos con la yema de los dedos. Se me pararon los pezones, así que bajé la vista para contemplar ese café oscuro, que pedía ser chupado por esos labios redondos y carnosos que brillaban más que un cielo estrellado. No aguantaba las ansias de frotarme el clítoris. Mis dedos descendieron en pausas para acrecentar el deseo. Valió la pena la espera porque me encontré unos labios mojados.

Esparcí el líquido por toda la vulva con movimientos circulares, de arriba hacia abajo… de un lado a otro. Entonces escuché el sonido viscoso más delicioso que puede producir el cuerpo humano. Aceleré el ritmo y los gemidos aumentaron. Presté más atención a la melodía de mi voz que armonizaba con las vibraciones de mis músculos.

Mis piernas se fueron abriendo a tal grado que parecía que estaba haciendo una sentadilla china. Me cansó la posición y mi brazo se entumeció justo cuando bombeaba más sangre en mi vulva, así que agarré fuerzas de donde puede y apresuré el paso. Las palpitaciones se intensificaron hasta el grado en el que ya no podía tocarme porque tenía el clítoris hinchado y sensible.

Sonreí del gusto de tocarme de nuevo, ya que era la primera vez en meses, que me elegía a mí antes que a él.

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