Lenguas de Placer
Era una de esas tardes donde el deseo no pide permiso. No había lluvia, pero el cielo se sentía cargado… como yo. Algo en mi interior latía, una necesidad caliente, insistente, que no se iba. Me mordí el labio mientras terminaba de trabajar, sintiendo cómo la idea de ir a la cama, sola pero decidida, se volvía cada vez más irresistible.
Había una razón específica. GIGI. Desde que la vi, supe que no era un juguete cualquiera. Tenía ese diseño atrevido, texturizado, curvo, poderoso… y esas dos lengüitas suaves en la punta para el clítoris. Simulaban una lengua lamiendo, y la primera vez que las vi, imaginé exactamente cómo me harían gemir. Hoy era el día de comprobarlo.
Me desnudé frente al espejo, acariciando lentamente mis muslos...
Bajando mis dedos entre mis labios ya hinchados de anticipación. Me tumbé en la cama, las piernas abiertas, el cuerpo rendido al deseo. Encendí a GIGI, y en cuanto vibró en mi mano, sentí el cosquilleo recorrerme desde la base de la columna.
La introduje poco a poco. Su textura se sentía como un secreto rugoso acariciando mis paredes internas, mientras la curva perfecta buscaba ese punto exacto dentro de mí. Pero lo mejor estaba afuera. Las dos lengüitas de GIGI se acoplaron a mi clítoris, vibrando, lamiendo con un ritmo preciso, como si alguien me devorara con hambre.
Gemí fuerte, sin miedo, dejando que mi cuerpo se sacudiera bajo el poder de esa doble estimulación. Por dentro, GIGI me llenaba por completo, acariciando mi zona G con esa textura atrevida que me hacía arquear la espalda. Por fuera, esas lengüitas lamían, vibraban, me atrapaban.
Era una locura. Un desenfreno que no podía controlar. Mi cuerpo se movía solo, buscando más, siempre más. Aumenté la velocidad, y las lenguas vibraron más rápido, más fuerte. Mis dedos se aferraron a las sábanas, el sudor me corría por el pecho, los pezones duros como piedras, rogando por atención.
El orgasmo vino como un golpe.
Intenso. Brutal. Me sacudió de pies a cabeza, arrancándome un grito que no pude contener. Mi clítoris palpitaba bajo esas lenguas que no paraban de lamerme, incluso cuando mi cuerpo ya se retorcía de placer. GIGI seguía dentro, vibrando, acariciando, estirando ese orgasmo hasta convertirlo en una tortura deliciosa.
Me corrí otra vez, temblando, perdida en mi propio placer. Sentí mis piernas ceder, mi cuerpo rendirse. Y aún con los temblores bajando, supe que quería más. Que con GIGI, nunca es suficiente.
Apagué el juguete finalmente, riéndome bajito, con la respiración desbocada y el corazón latiendo como tambor. Me sentí viva, húmeda, satisfecha. Y pensé: si lamerme así no es pecado… quiero ser culpable una y otra vez.